En 1508 tuvo lugar la trascendental Junta de Burgos en la que el rey Fernando el Católico nombró Piloto Mayor al navegante Américo Vespuccio y Pilotos Reales a los exploradores Juan de la Cosa, Juan Díaz de Solís y Vicente Yáñez Pinzón. En este reunión se quería consolidar el dominio castellano en las nuevas tierras descubiertas y encontrar de una vez por todas el paso hacia las Indias. Para consolidar la conquista se entregó la gobernación de Urabá o Nueva Andalucía a Alonso de Ojeda, que comprendía desde el cabo de la Vela, al norte de la actual Venezuela, y el golfo de Urabá, prácticamente hasta el actual Panamá. Estas zonas ya habían sido visitadas repetidamente en búsqueda de oro y rescates pero no se había planteado aún su conquista y colonización. Los indicios de existencia de oro y perlas ayudaron a tomar esta decisión, amén de la ya mencionada necesidad de encontrar de una vez el paso hacia Asia que tanto buscó Cristóbal Colón y otros expedicionarios.
Ojeda consiguió reunir en Santo Domingo a unos 300 hombres, dos bergantines y dos barcos pequeños. Partieron el 10 de noviembre de 1509 del río Ozama en dirección a la isla de Jamaica para allí reponer agua y provisiones.
Atravesaron el mar Caribe y llegaron a Cartagena en donde Ojeda ya había tenido una negativa experiencia con los nativos, mucho más ariscos y belicosos que los que se habían encontrado en las islas antillanas. Por ello recibió permiso real para entablar guerra con ellos, lo cual aunque pueda parecer que no era una muy buena noticia sí lo era ya que así podían hacer esclavos entre los enemigos capturados y venderlos como tales. Uno de los más suculentos negocios que en ese momento podían hacerse en las Indias.
Juan de la Cosa le aconsejó que no parasen allí por la peligrosidad de esos indígenas. Utilizaban de forma masiva flechas envenenadas, ante lo que los españoles prácticamente nada podían hacer. Pero Ojeda no le hizo caso y allí se plantaron. Al poco tiempo se produjo un durísimo enfrentamiento en el pueblo de Turbaco contra los nativos y gran parte de la expedición española fue masacrada y entre ellos el mismísimo Juan de la Cosa. Este hecho supuso un importante contratiempo para la expedición dejándola maltrecha y desorientada en territorio hostil.
Al poco tiempo apareció al rescate Diego de Nicuesa, que también había sido encargado de formar gobernación pero más al norte, en la llamada Castilla del Oro o Veragua. Juntos volvieron a atacar la población de Tubarco y la arrasaron completamente matando a todos sus habitantes y quemando sus chabolas. En aquellos tiempos la venganza era moneda de uso común, bueno, y ahora.
Tras estas refriegas Ojeda partió en búsqueda del río del Darién, se supone situado en su gobernación y en el que debería de haber gran cantidad de oro. Una vez encontrado el río con su dorado metal podría crearse el primer establecimiento serio en Tierra Firme pero no les resultó muy fácil. Navegaron y navegaron costeando las tierras del istmo y no daban con dicho río.
Viendo que la búsqueda se alargaba decidieron crear un primer asentamiento en Tierra Firme: la villa de San Sebastián, en la orilla oriental de la entrada al golfo de Urabá. Lo construyeron cerca de varias tribus indígenas con las que intentaron relacionarse y así obtener alimentos e información sobre posibles minas de oro pero el recibimiento siempre fue el mismo: hostilidad y flechas envenenadas.
Así fue pasando el tiempo, ya estamos a principios de 1510, y empezaron a surgir problemas de abastecimiento. Las bajas eran diarias producidas tanto por comer alimentos desconocidos que sus cuerpos no admitían bien como por los ataques de los nativos. Ojeda había encargado a Martín Fernández de Enciso, su alcalde mayor, llegar al lugar que eligiesen un tiempo después de su partida con pertrechos y abastecimientos pero éste no dio señales de vida. La situación se fue haciendo insostenible. Los soldados empezaron a protestar porque algo tenían que hacer y no dejarse morir allí.
Por la zona pasaron dos bergantines robados en la isla Española por el pirata Bernardino de Talavera. Ojeda negoció con este delincuente y partieron a Santo Domingo a buscar esos abastecimientos y herramientas que tanto necesitaban para la construcción del nuevo asentamiento. En su ausencia nombró capitán y teniente a Francisco Pizarro, que ya se estaba empezando a labrar una magnífica reputación como hombre de armas en el Nuevo Mundo.
Ojeda y Talavera no pudieron ir a la Española por el acoso que el pirata tenía de la justicia de Diego Colón por lo que tuvieron que desviarse a Cuba, en donde naufragaron y se perdieron por inmensos terrenos pantanosos y ciénagas . Numerosos expedicionarios perdieron la vida. Allí fueron bien acogidos por los nativos que de verles en tan mal estado se apiadaron de ellos y les ofrecieron alojamiento y comida. Pasaron con estos hospitalarios anfitriones hasta que se encontraron con fuerzas de continuar. Enviaron a Jamaica a unos pocos hombres a pedir ayuda y protección a Juan de Esquivel, el gobernador de la isla. Este, muy solícito, les mandó una carabela al mando de Pánfilo de Narváez que los rescató y llevó a la pequeña isla caribeña. De Jamaica fueron enviados a Santo Domingo donde Bernardino de Talavera fue apresado y ahorcado y Ojeda no pudo organizar una nueva expedición para socorrer a sus hombres por la ruina y la miseria en que cayó.
Mientras tanto en la fortaleza de San Sebastián Francisco Pizarro y el resto de hombres aguardaron durante cinco meses el rescate de Ojeda o el de Enciso pero en vista de que ni uno ni otro llegaban decidieron desmantelar el fuerte y con los dos bergantines que tenían abandonar la nueva gobernación. Por el camino hacia Cartagena una de las naves se hundió con todos sus tripulantes y pertrechos, en este bergantín no iba, evidentemente, Pizarro, que capitaneaba el otro.
Llegaron triunfalmente a Cartagena en donde se encontraron con Enciso, que se sorprendió de la historia que le contaron sospechando que lo que realmente había ocurrido es que habían matado a Ojeda y que huían de su justicia por lo que estuvo a punto de apresarles. Pero finalmente creyó sus argumentos. Con Enciso llegó Vasco Núñez de Balboa, que huyendo de Santo Domingo por las deudas que tenía se metió como polizón en la expedición. Al ser descubierto Enciso muy inteligentemente no quiso aplicarle el castigo habitual por ir de polizón: ser lanzado por la borda o abandonado en la primera isla que encontrasen, porque sabía que Balboa había visitado ya aquellas regiones junto a Bastidas y Juan de la Cosa y podía serle de mucho provecho.
Llegaron a San Sebastián y Enciso y Balboa al ver el lugar donde se encontraba propusieron cambiarse a la otra orilla del golfo de Urabá, donde según Balboa había una ciudad india algo más pacífica y con abundante comida. Pero al llegar se encontraron a los indios esperándoles armados con sus arcos y sus hachas. La batalla fue desigual, sucumbiendo los arcos y las hachas a las afiladas espadas castellanas. En este lugar establecieron la villa de Santa María de la Antigua del Darién, primera villa importante fundada por los españoles en Tierra Firme pero no del continente americano ya que ésta fue la Isabela en la isla Española 16 años antes. Pero no duró muchos años y fue abandonada por su mal emplazamiento y los continuos problemas con los vecinos.