A mediados del siglo XV nos encontramos a Enrique IV como rey de Castilla, más conocido como “el impotente” debido a que en su primer matrimonio con Blanca I de Navarra no tuvo descendencia, pero posteriormente sí engendró con Juana de Portugal en segundas nupcias. La niña nacida se llamó Juana y fue inmediatamente nombrada Princesa de Asturias, es decir, heredera al trono de Castilla.
Todo muy normal si no fuera por las dudas que en todo el reino despertaban las cualidades sexuales del rey. Se sospechaba que Juana realmente era hija de Beltrán de la Cueva, valido real y persona muy influyente en la corte castellana, y de la reina, claro. Todos estos chismes y rumores fueron difundidos por los nobles castellanos, encabezados por el Marqués de Villena, se puede decir que en venganza por haber sido apartado del poder por la influencia de Beltrán, al que trataban de indisponer frente al rey. Juana pasó a ser conocida como La Beltraneja, haciendo clara alusión a su supuesto padre.
Posteriormente, debido a las presiones de los nobles el rey rectificó y nombró a su hermano Alfonso como heredero al trono pero al fallecer éste se lo concedió a su otra hermana, Isabel, mediante el Tratado de Toros de Guisando a cambio de que él decidiría cuál sería su marido; importante condición ya que por la época las alianzas políticas y militares se establecían mediante matrimonios concertados.
En la cartera de posibles de Isabel figuraban tres candidatos bien definidos:
– Carlos de Valois, hijo de Carlos VII de Francia, lo que restauraría la vieja alianza castellano-francesa.
– Fernando de Aragón, lo que supondría de facto una unión de la corona de Castilla y Aragón, algo que evidentemente no interesaba ni a franceses ni a portugueses por el potencial de esta unión.
– Alfonso V de Portugal, apoyado por la reaccionaria nobleza castellana, lo que llevaría a la unión de Portugal y Castilla, algo que no interesaba ni a Francia ni a Aragón.
Finalmente y sin consultar a su hermano, es decir, violando el Tratado de Toros de Guisando, Isabel se casó con su primo Fernando de Aragón en 1469 en Valladolid provocando el enfado del monarca y un nuevo cambio de titularidad en la herencia del reino. Enrique IV desheredó a Isabel y volvió a proclamar a Juana.
En diciembre de 1474 Enrique IV muere e Isabel se autoproclama Reina de Castilla en la Plaza Mayor de Segovia, siendo reconocida y apoyada por casi toda la nobleza castellana, a excepción de algunos poderosos nobles (incluído el Marqués de Villena, como no) que tomaron partido por Juana y buscaron apoyo en el rey portugués. Alfonso V de Portugal cruzó la frontera castellana y entró en Plasencia dando inicio a una guerra de sucesión que se extendería desde 1475 hasta 1480 y cuyo final contaré en posteriores entradas.