La isla de Jamaica fue poblada por primera vez por el gobernador español Francisco Garay fundando en 1525 la ciudad de Santiago de la Vega (actual Spanish Town). Allí se vivió en relativa paz durante el siglo XVI. En esta isla no había oro y los colonos españoles tuvieron que dedicarse a la agricultura, lo que permitió un cierto desarrollo al convertirse en punto de descanso y aprovisionamiento de los buques que navegaban por el mar Caribe.
Dicha paz se interrumpió bruscamente cuando a partir de 1595 los piratas, bucaneros y corsarios principalmente ingleses empezaron a visitar sus costas para saquearlas, robarlas y si no quedaban contentos destruirlas, asesinando, violando y realizando todo tipo de barbaridades contra sus pequeñas poblaciones.
En uno de estos ataques realizado por una flota de 16 naves comandadas por el corsario inglés Christopher Newport ocurrió una increíble anécdota que da muestra de la pericia y el ingenio del gobernador español en ese momento, Don Fernando Melgarejo de Córdoba.
Don Fernando fue nombrado gobernador de la isla de Jamaica en 1596 y tuvo que lidiar con numerosos problemas que había en la isla llegando a enfrentarse con los propios vecinos españoles para aplicar las órdenes reales que le confiaron.
Su oponente, el corsario inglés Christopher Newport, fue pocos años después el capitán del Susan Constant, uno de los tres barcos que transportaron a los primeros colonos ingleses a Norteamérica y que fundaron en 1607 el primer asentamiento inglés en dicho subcontinente: Jamestown, fundada 42 años después de la primera fundación española en esas tierras: San Agustín de la Florida, en 1565.
Y ya entrando en harina el 24 de enero de 1600 la pequeña ciudad de Santiago de la Vega de Jamaica se levantó sobresaltada por la presencia frente a ella de una flota de 16 naves con pabellón inglés y pirata. En aquellas fechas España e inglaterra estaban en guerra. La alarma se disparó, las campanas de las iglesias y de la catedral doblaron avisando del peligro a sus habitantes. Todo el mundo buscó como refugiarse y salvar sus pertenencias. Las defensas de la ciudad eran prácticamente nulas y tampoco había una guarnición suficiente para hacer frente a una flota tan grande. Fueron momentos de mucha tensión e incertidumbre. El gobernador analizando las posibilidades defensivas tuvo que recurrir a una estratagema de auténtico genio militar para frenar la embestida pirata. Como armamento tan solo disponía de un pequeño cañón y la fusilería de la milicia local pero podría utilizar algo más.
A la entrada del puerto se encontraban los establos donde se guardaban una manada de toros bravos reciéndo llegados a la ciudad y que serían distribuidos posteriormente a otras ciudades hispanas. El gobernador vio claro lo que había que hacer en el momento que los ingleses pusieran pie en el puerto.
Desde la ciudad podían verse los preparativos corsarios para el desembarco. Decenas de hombres armados hasta lo dientes y con ganas de echar mano del posible botín que les diese esa operación descendieron a los botes que les transportaría a tierra. Los gritos de guerra y de provocación podían escucharse desde el puerto, solo un par de cientos de metros les separaban. El gobernador dispuso las defensas que no fueran visibles por los piratas para que no supiesen cuál era su número y poder real.
Los botes llegaron al muelle del puerto y comenzaron a desembarcar con cuidado esperando la posible acometida militar, pero de momento nada ocurría. Pasaron unos minutos hasta que ya habían puesto pie en tierra todos los visitantes mientras vigilaban cualquier actividad en las casas más cercanas al puerto. No se oía nada, un silencio sepulcral y ni un movimiento.
Anduvieron todo lo largo del muelle llegando a las primeras instalaciones portuarias. Ese fue el momento elegido por el gobernador para lanzar su bravo ataque. Con un disparo dio la orden y las puertas del establo donde estaban los toros fueron abiertas provocando la estampida de los toros hacia el puerto. El estruendo de sus pisadas y sus mugidos alertaron a los ingleses que jamás podrían haber sospechado semejante embestida. A la vez y aprovechando la sorpresa y el desconcierto pirata la milicia española comenzó a disparar su cañón y el poco armamento del que disponían provocando una sensación de ser muchos más los defensores de los que realmente eran.
Los ingleses viéndose atacados por semejantes animales no tuvieron otra opción que volver corriendo a sus botes y huir hacia el mar de vuelta a sus buques maldiciendo la inesperada sorpresa que se encontraron en el puerto.
No se sabe muy bien por qué los piratas no volvieron al contraataque o quizás se creyeron que efectivamente había más hombres armados de los que parecía o vieron que el riesgo no valía la pena ante una ciudad tan pequeña; el botín no iba a ser muy sustancioso. El caso es que se marcharon y Santiago de la Vega pudo respirar aliviada.
¿Podría decirse que fueron los primeros San Fermines en el Nuevo Mundo?
Bibliografía:
– “Piratería en el Caribe”, Helena Ruiz Gil y Francisco Morales Padrón.
– Wikipedia
Emocionante relato sobre la batalle de los toros bravos en defensa de la desguarnecida isla de Jamaica por el estratega y héroe el gobernador Español Don Frenando Melga rejo de Cordoba